jueves, 26 de enero de 2017

SILENCIO



“Grandes ondas de silencio vibran en los poemas”
Gaston Bachelard

Cuando advertimos la existencia de experiencias que no pueden ser definidas ni verbalizadas, o peor aún, que en el intento por hacerlo terminamos disolviendo la esencia de lo inefable, descubrimos en el silencio un recurso valioso para custodiar, celosamente, lo que en algún momento fue conquistado. El silencio posee grandes capacidades para conservar aquello que, expuesto a la intemperie del mundo, termina por oxidarse y perder su brillo original;  aquel brillo que cuando fue contemplado cegó nuestra mirada prosaica y nos indujo a cerrar los ojos en busca de una interioridad reflexiva desde la cual se atisba el mundo con mayor profundidad. Visto así, el silencio es sobre todo una abstención.

Vincent Van Gogh. Noche estrellada sobre el Ródano, 1888



Pero el silencio también puede ser concebido como una entidad propia. En la música incluso es representado y medido en base a su duración en medio de entidades sonoras. Así, el silencio concebido como pausa basa su existencia en la expectación. Si el silencio es una ausencia está cargado de significados, pues se ha nutrido tanto de su contexto como de quien lo contempla en medio de un estado de espera. El silencio como pausa es altamente vinculante, teje todo tipo de tramas sonoras, algunas de ellas plenamente utilitarias, pero también puede ligar desde la estética del ritmo y de la armonía proponiendo estructuras donde se asienta  la música y la poesía.

Si la duración del silencio resulta ser una medida válida cuando se le cataloga como pausa, se vuelve inútil al ser concebido como vía de introspección, pues para este caso uno de sus recursos es lidiar con la idea de tiempo cronológico. El silencio en este caso se mide en términos de profundidad. El silencio construye territorios a diferentes niveles desde los cuales es más fácil interactuar con nuestro yo. Desde estos territorios, en donde la materia y sus apariencias han desaparecido, se vuelve más clara la verdadera esencia de las cosas y se pueden entablar todos los diálogos con las voces apagadas por el ruido de lo cotidiano.

Las diversas formas de entender el silencio tienen depósito en la buena arquitectura. El silencio como abstención ante lo inefable es fruto de la experiencia extrema ante el edificio revelador, que utiliza su materia como medio para transmitirnos verdades universales. Probablemente el mejor recurso para el que tiene una experiencia trascendente con la arquitectura sea hacerse uno con el recuerdo, guardarlo en su interior y no dejarlo salir.

Así mismo el silencio se encuentra también entre toda la serie de símbolos que hacen nido en la arquitectura y proponen un discurso cargado de su época. La arquitectura de todos los tiempos crea un lenguaje propio, que además de significado tiene una sintaxis particular, la cual sugiere el orden de las cosas. Este orden no podría ser evidente sin la pausa, sin el vacío, sin el eficiente manejo del silencio. En toda buena arquitectura habita la métrica del silencio.

Louis Kahn. Salk Institute, 1965


Finalmente alguna arquitectura es también vínculo para la introspección. Existen espacios que nos sugieren deambular por las vías del silencio y así, de manera inesperada nos vemos apagando nuestra voz acortando nuestros pasos y deteniendo cualquier movimiento que pueda causar ruidosa fricción. Debe ser que estamos entrando a los aposentos en donde habita intensamente el silencio y la única manera de ser bienvenidos es ajustarnos a su ley. La ley de las voces apagadas de antiguos habitantes atrapadas entre sus muros, que si bien ya no son audibles vibran y nos envían un único mensaje: Silencio.

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